El terreno está en las afueras de Guayaquil y tiene forma de diamante. Allí cada domingo miles de migrantes de Venezuela, aficionados al softbol, coinciden para sentirse un poco más cerca de su país. La mayoría son trabajadores informales y pequeños empresarios, gente que por unas horas intenta olvidar los desafíos de la migración.
Reportaje original en MUNDO DINER : https://revistamundodiners.com/reportaje/sociedad/venezuela-softbol-migracion/
-El juego está igualito en la primera entrada. Batazo elevado. El faul, al jardín. Allá, al tapón del Darién que está por la derecha... Para que la gente vaya practicando cuando se vaya. Se vaya allá, y practique ahí, entre la maleza y la dificultad del monte.
Una voz amplificada por parlantes describe lo que ocurre en el campo de juego en el que se desarrolla un partido de softbol, un deporte que en el lenguaje deportivo internacional es considerado "el hermano menor" del béisbol. Es domingo y el encuentro ocurre en las afueras de Guayaquil.
El comentario que siguió a la descripción de aquella jugada, en el minuto 22 del partido, es un guiño a un público que, con humor ante la desgracia, entiende que, si el destino de una bola es un lugar imposible, cabe compararla con el trayecto por el tapón del Darién, aquella selva entre Colombia y Panamá. Un tramo de la ruta que recorre la mayoría de migrantes informales de Sudamérica en su afán por llegar a Estados Unidos.
El público que recibe el comentario este domingo está integrado casi en su totalidad por inmigrantes venezolanos.
La voz es de Leonel Cabanerio, un empresario del deporte y humorista venezolano, que llegó al Ecuador en los inicios del flujo migratorio. "Exactamente, el 15 de septiembre de 2015, a las 5:15 de la tarde", recalca, al recordar el momento en el que se convirtió en migrante por causas ajenas a su plan de vida.
Leonel palpó la inseguridad que, en su tierra, en ese tiempo, llevó a muchos a marcharse. Le robaron su negocio, su casa y también su carro. "Solo faltó que me dieran un tiro", comenta.
La necesidad de disponer de leche para su hijo menor fue otra razón para movilizarse. "Quedarse en Venezuela implicaba dos cosas: el riesgo de desnutrición para mi hijo y el estrés por conseguir alimentos. Uno llevaba una semana o quince días pasando hambre", recuerda.
Cuando llegó a Guayaquil la comunidad venezolana aún era pequeña. Cuenta que tomó contacto con el softbol "desde el día uno", porque su madre llevaba años viviendo en Ecuador y jugaba ese deporte en la Liga de la Kennedy, un complejo de canchas de béisbol ubicado en el centro-norte de la ciudad, donde también funciona la sede de la Federación Ecuatoriana de Béisbol.
Como en casa
Desde 2023 Cabanerio cuida y da mantenimiento a un terreno, ubicado en el kilómetro 12,5 de la vía a Samborondón, en las afueras de Guayaquil, al que se llega buscando "la Ecotec", uno de los campus de la universidad del mismo nombre.
El predio está justo al lado de la universidad y pertenece a una escuela de béisbol inactiva. Allí Leonel organizó los torneos de la Liga Internacional de Softbol, con equipos constituidos, en su mayoría, por venezolanos.
En ese espacio, para los torneos, colocó nuevo recubrimiento para césped y dio forma de figura de un diamante a la cancha; habilitó las jaulas con mallas de fierro que sirven como dugouts, esos espacios desde donde los miembros del equipo que no están en el juego observan el partido, y puso mallas de nailon, similares a las de los estadios para proteger al público de los pelotazos.
Allí su esposa vende comida: empanadas o cachapas, tortillas de maíz rellenas de queso o chancho, refrescos y cerveza.
Desde atrás de la esquina del diamante, Cabanerio narra el partido y las incidencias del graderío. Lo que ocurre en la cancha es transmitido por el canal de YouTube beisbolysoftbol.com.
En el público están aficionados y familiares de los jugadores, entre ellos padres que beben cerveza y "echan bromas" durante el partido, madres que dan de lactar a sus bebés y otras que, mientras observan el juego, cuidan a sus hijos que corretean cerca. Un joven recorre las gradas para vender pastichos, como le dicen en Venezuela a las lasañas.
Cabanerio también programa la música que se escucha por los parlantes. Son temas con los que quiere que sus compatriotas se sientan cerca de casa. Ese día, por ejemplo, se escuchó "Caballo viejo" y "De rumba en Chirimena", una tonada de un grupo venezolano, que, al son de tambores y un toque de joropo llanero, habla de pasarla bien en una de las mejores playas del Caribe venezolano.
Franzooa Toledo, uno de los jugadores de esta liga, dice que cada domingo este espacio se convierte en "una pequeña Venezuela". Hay jornadas en las que llegan hasta 300 personas, entre jugadores, cuerpo técnico, familiares y amigos.
José Hernández, de 25 años, observa desde las gradas. Lleva "un añito" en Ecuador. Sentado junto a una caja de servicio delivery de un restaurante en Guayacanes, en el norte de Guayaquil, para el que trabaja, comenta que él quería jugar en las Grandes Ligas, en Estados Unidos. "Ser un beisbolista profesional es algo grande. No lo logré por lo que pasó en mi país".
CabanerioLeonel Cabanerio.
Venezuela3William Uban, manager del equipo Ecuven.
Venezuela4José Hernandez, en las gradas de la cancha.
Armar equipo
Dentro del diamante está William Uban, el mánager del equipo Ecuven, que ese domingo se enfrentó al Pittsburgh.
El segundo lleva el nombre de uno de los equipos de las Grandes Ligas de Estados Unidos y el primero, el de la empresa de Uban. Él salió de su país en diciembre de 2018, con 200 dólares, como la mayoría de venezolanos, según la encuesta realizada por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en 2023.
Uban tiene 38 años y es ingeniero mecánico. En Venezuela -cuenta- trabajó para la Unesco; en la construcción, para empresas privadas y públicas; además, tuvo una discoteca, y ejercía legalmente la compra y venta de oro. Esto último -afirma- "dejó de ser viable por las vacunas, extorsiones que hacían militares, policías o algún otro agente gubernamental, por permitirle trabajar a uno".
En 2018 su patrimonio se desvaneció cuando ocurrió el cambio monetario por el que el Gobierno de su país quitó cinco ceros a la moneda.
Con mucha disciplina, especialmente financiera -recalca-, se levantó y creó una empresa que hoy emplea a seis personas. Incluye un taller de servicio de refrigeración y venta de línea blanca, un taller mecánico automotriz y dos lavanderías de ropa. La llamó Ecuven, una fusión de los dos países, como es su vida actualmente.
Con otros venezolanos creó el equipo de softbol que lleva el nombre de su empresa. Lo integran trabajadores informales, ingenieros y un abogado; gente de diferentes estados de su país, también un mexicano y un cubano.
En los partidos que han jugado en el torneo de la Liga Internacional de Softbol les ha ido bien, enfatiza. Ese domingo ganaron con un marcador de 13 a 6.
La jornada en la "pequeña Venezuela" de aquel domingo termina a las tres y media de la tarde. El ampáyer, el árbitro, Rafael Tovar, un venezolano de 37 años que llegó al país en 2016 y que trabaja como chofer de Uber, cobra por su servicio en ambos juegos y se va a otras canchas de Guayaquil para oficiar otros partidos. Leonel Cabanerio se despide de los controles hasta el próximo domingo. El público se dispersa.
Uban se toma fotos con su grupo. Ríe. Antes de recoger su indumentaria deportiva, habla sobre lo que para él significa ser migrante: "Algo que no se lo deseo a nadie, es humillante tener que hacer ese viaje en el que se llora desde el principio hasta el final".
En un gesto apiña los ojos, arruga la nariz, comprime los labios, mueve la cabeza y dice: "¡Ojalá que nadie nunca tenga que salir así de su país!".
*Esta pieza periodística es resultado de las Becas para la cobertura de la migración en Ecuador, otorgadas por la Fundación Gabo en alianza con el Banco Mundial y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), con el apoyo del Gobierno de Canadá y de la Oficina de Población, Refugiados y Migración del Gobierno de los Estados Unidos.
Las opiniones, análisis y conclusiones aquí expresadas son responsabilidad exclusiva de los autores y no reflejan necesariamente la posición oficial de las instituciones que apoyan este trabajo.
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