América Latina también admira a Jackie Robinson



Ligas, antes de que el recordado número 42 cambiara la historia del béisbol y se convirtiera en leyenda.

La historia de amor que América Latina mantiene todavía hoy con Jackie Robinson comenzó casi dos años antes de su estreno en las Grandes

Es una crónica iniciada en Venezuela, el 24 de noviembre de 1945, y que tiene un capítulo en cada uno de los países donde por entonces se jugaba pelota profesional en la región.

Robinson llegó a Caracas junto con Roy Campanella, Buck Leonard y el resto de figuras de las Ligas Negras que integraron el equipo American All-Stars. Era común que escuadras formadas por jugadores afroamericanos recorrieran la cuenca del Caribe durante el invierno boreal. Al sur del Río Grande no existía la segregación que les impedía jugar en las Mayores. Por el contrario, en estos países eran tratados como estrellas.

Hubo, sin embargo, momentos duros también. El 20 de febrero de 1947, cuenta el periodista Juan Vené, al llegar a La Habana para los entrenamientos primaverales con los Reales de Montreal, la principal sucursal de los Dodgers de Brooklyn, una voz cortante le recibió en el Hotel Nacional con la noticia de que le sería imposible alojarse con sus demás compañeros, pues la gerencia del sitio tenía por norma negar el servicio a personas de tez oscura.

Faltaba muy poco para el 15 de abril, que aquel año se convirtió en la fecha en la que Robinson partiría en dos los anales de la Gran Carpa, al convertirse en el primer jugador de su raza en ver acción en las Mayores.

El infielder, que hoy tendría exactamente 100 años de edad, por entonces contaba 28 y tuvo que prepararse en Cuba para lo que vendría: un torneo de grandes exigencias deportivas y personales, del que saldría con el premio Novato del Año a cuestas y la mirada reprobatoria de una parte de la sociedad, incluso estando en las Antillas.

Cuenta Juan Martínez de Osaba y Goenaga que a Robinson no le fue tan bien en la isla, aunque hoy se le recuerde con admiración unánime. Sufrió problemas estomacales, posiblemente por tener que alojarse en un hotel de segunda categoría, pero se lució en el terreno, con promedio de .390 y cinco bases robadas en los 12 encuentros de exhibición que disputó allí.

Las palmas siguieron sonando en Panamá, días después, como antes en Caracas y Maracaibo, durante su periplo por Venezuela. El béisbol profesional acababa de nacer en el istmo y hasta allá fueron a jugar los Dodgers y los Yankees de Nueva York, como una de sus últimas paradas antes del Día Inaugural.

Cuentan que el parque se llenó para verle en acción, que la afición estaba al corriente de la rareza que significaban él, Campanella, Don Newcombe y Roy Partlow, el cuarteto de jugadores de color que formaban parte de los esquivadores.

Circuitos del área quisieron contratarlo, desearon tenerlo más allá de los juegos de exhibición que disputó. El periodista Abelardo Raidi publicó en El Nacional que los Sabios del Vargas, el primer elenco campeón en la naciente liga profesional venezolana, pretendió sumar a Robinson a su infield. También lo hicieron los Indios de Mayagüez en Puerto Rico, sostiene el historiador Jorge Colón-Delgado, citando un rumor que fue alimentado por las posteriores visitas de Robinson a la Isla de Encanto.

Es probable que nadie le haya hecho una mejor oferta que Jorge Pasquel, el magnate mexicano, dueño de los Azules de Veracruz. El millonario invirtió mucho dinero en los diamantes, contrató célebres peloteros de las Ligas Negras, llevó a un retirado Babe Ruth a suelo azteca y cortejó a muchos ligamayoristas, con el objeto de hacerles dejar la gran carpa a cambio de mejores salarios.

El diario Pittsburgh Courier y el libro South of the Color Barrier contaron cómo Robinson rechazó cortésmente las propuestas para radicarse en México. Corría marzo de 1946 cuando Pasquel hizo el primero de varios intentos por convencer a quien poco tiempo después terminaría ganando el Jugador Más Valioso de la Liga Nacional.

La propuesta del empresario azteca multiplicaba por 10 los ingresos pactados por el toletero derecho con Branch Rickey, el gerente general de los Dodgers. Pero el camarero y antesalista era una persona de palabra y estaba consciente de lo que podría representar para millones de estadounidenses. Jamás aceptó un acuerdo que le apartara del desafío de acabar con la segregación racial en las Grandes Ligas.

En marzo de 1948, siendo ya la figura que causaba admiración por su clamoroso estreno en las Grandes Ligas, mostró su talento y talante en el parque de La Normal, en la República Dominicana. Brooklyn y Montreal volvían a disputar cotejos preparatorios antes del Día Inaugural. Pero Robinson esta vez era parte del equipo principal y firmaba autógrafos como Novato del Año.

Poco más de una década después de su retiro, Robinson viajó a Venezuela. El periodista Rubén Mijares le acompañó en el automóvil desde el aeropuerto hasta Caracas. De allí salió raudo a escribir todo lo que recordaba de la charla que sostuvieron. La entrevista tuvo mención en la primera página del diario La República.

Dos décadas atrás había estado en la misma ciudad, siendo un desconocido. Bateó .339 en Venezuela con su grupo de estrellas negras. Era un predestinado. Y América Latina tuvo el privilegio de aplaudirlo primero que los aficionados de las Grandes Ligas.


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